DEL BUQUE PILÍN LEÓN AL NEGRA HIPÓLITA
Por Rafael Flores*, 21 de septiembre, de 2015
Los marinos mercantes no fuimos responsables del paro de la flota petrolera aquel diciembre 2002; sin embargo, hemos cargado injustamente con la culpa que de nosotros se formó en la opinión de la nación venezolana y que repercute en circunstancias como las actuales, cuando un capitán y primer oficial de un buque de PDVSA se ven involucrados en una supuesta, pero inexistente extracción de combustible, y la opinión pública se refiere a ellos como golpistas del paro de la flota petrolera. No existe relación de los hechos actuales, atribuidos a esos marinos, con el paro del año 2002, cuando probablemente ninguno de ellos ejercía a bordo de aquellos buques, pero en los medios se han vinculado los dos hechos.
Han transcurrido trece años y persiste un silencio de hechos e identidades de quienes utilizaron, para desecharlos luego, a un reducido número de capitanes de aquellos buques y éstos a su vez impusieron, con el consentimiento o sin él, al resto de oficiales de su tripulación, la paralización de cada buque, que en ningún caso hubiesen movido sin el capitán. La culpabilidad atribuida injustamente a los marinos mercantes fue parte de esa conspiración, diseñada y dirigida por hombres que ocupaban elevadas posiciones de poder político, económico o militar, con influencias que no tenían el gremio de marinos en su totalidad, de tal grado, que lograron, en 2001, que se derogara la Ley de Títulos Licencias y Permisos de la Marina Mercante, para enmarcar aspectos del golpe en la nueva Ley; aún más, cometieron un error y la reformaron en noviembre de 2002, a sólo días de iniciar el paro.
Ningún marino de esos buques tuvo conocimiento de esos preparativos, ejecutados por quienes disfrutan de impunidad, en esa equivocada jerarquización de prioridades, que los líderes de la nación venezolana le han dado a la justicia. Si es grave la impunidad, mucho más grave es que se atribuya al inocente una culpa que no tiene. Eso ha sucedido en estos trece años, durante los cuales los marinos mercantes siguen siendo responsables del paro de la flota petrolera, como consecuencia de la mediática participación de dos o tres de ellos; e insisto en lo de mediática, porque los medios aportaron la golosina de la pantalla, para quienes, embriagados en un papel de telenovela, asumieron esa responsabilidad que no tenían. Casi la totalidad de esos oficiales no tuvieron otra opción, que la de seguir instrucciones de sus capitanes y éstos de sus gerentes y altos ejecutivos de la meritocracia golpista en PDVMARINA y PDVSA, bajo la influencia activa de autoridades académicas y docentes quienes los habían formado y reciben la enseñanza de post grados y actualización de sus certificados de competencia.
Ya en ejecución el paro y los buques fondeados, la seguridad de estos fue puesta a cargo de personal militar de nuestra Armada. La tripulación de cada buque compartió con ellos, quienes ejecutaban aquella labor de seguridad, en el marco de su deber profesional y moral. Fue una oportunidad sin precedentes, aunque equivocada, de integración de hombres y mujeres del mar de nuestra patria. Por una parte marinos mercantes, quienes ponemos en riesgo nuestras vidas para ejercer la profesión, lejos de nuestros hogares, y capturar peces, transportar alimentos, otras materias primas y bienes que importamos para nuestro consumo, o petróleo y sus derivados que exportamos para obtener ingresos, de los que depende la economía nacional. Por el otro, el personal militar de nuestra Armada, de quienes depende en primer lugar la seguridad de nuestras vidas en el mar, frente a acontecimientos naturales, accidentes, o peor aún, en caso de conflicto armado, cuando los marinos mercantes tripulamos buques petroleros, que se convierten en objetivos de un eventual enemigo, como en el Golfo de Venezuela, durante la segunda Guerra Mundial, donde murieron muchos de nuestros colegas y predecesores en los buques petroleros. Son nuestros hermanos de la Armada, quienes ejercen esa función vital para nosotros en el mar, de guardar nuestra seguridad y defender nuestras vidas.
En agosto de aquel año, cuatro meses antes, me correspondió hacer entrega de un informe a Guillermo García Ponce, en una reunión concertada en Cumaná por el Profesor José Abreu de la UDO y el Editor Ramón Yánez, del Diario Provincia; en ese informe se advertía al Gobierno, que la paralización de la flota de buques petroleros sería la clave del próximo golpe de estado. Así fue, a partir del 2 de diciembre de 2002 y también los buques extranjeros, fletados por PDVSA, se negaron a prestar servicio y recibir el crudo extraído de los pozos o productos de nuestras refinerías. La paralización fue inevitable y total y no se restablecería, hasta no activar a la flota de buques y el Gobierno no pudo hacerlo durante 14 días. El 16 de diciembre enviamos una nota a García Ponce, para preguntar qué había pasado con el informe entregado a él en Cumaná; ya de noche, recibimos una llamada del Presidente Chávez y acordamos que viajara yo a Maracaibo, para abordar el B/T Pilín León al día siguiente, en tanto, se dispuso el traslado de otros colegas, quienes aceptaron participar en la estrategia que se había propuesto.
En Maracaibo, en horas de la mañana del 17 de diciembre, antes de dirigirnos al Comando de Guardacostas de la Armada, para abordar el Buque, fui a la Capitanía de Puerto con el General de División del Ejército Alberto Gutiérrez, Comandante de la Guarnición, para que la autoridad marítima sustituyera los documentos de marino que no porté conmigo. No estaba el Capitán de Puerto, pero sí su adjunto, Capitán de Altura José Fernández, quien, como Director de Navegación Acuática, en 1986, había suscrito mi credencial, correspondiente al título de Capitán de Altura, en la Especialidad de Máquinas, y procedió a sustituir mi Cédula de Marino, con la forma oficial que corresponde. Me indicó que la dejaría en su despacho, para proceder a asentar mi embarque en ella y en el Rol de Tripulantes.
En el Comando de Guardacostas fuimos recibidos por el Contralmirante Perozo. Transcurridas dos horas, le expresé mi extrañeza al General Gutiérrez, por aquella inexplicada espera, a pesar de la urgencia que nos debió embargar a todos, por reactivar el B/T Pilín León; Gutiérrez me miró fijamente y me dijo: “ahh, te has dado cuenta, entonces ya no tengo más que hacer aquí” se despidió y me advirtió que enviaría a un oficial bajo su mando, para acompañarme. Una hora después llegarían cuatro de mis compañeros, luego llegó un grupo de personas, quienes salieron con el Contralmirante Perozo y minutos después fuimos escoltados hasta la lancha que nos transportaría al buque; en ella estaba el grupo recién llegado; de la conversación deduje que se trataba de abogados y funcionarios de un tribunal. Una vez que la lancha atracó en la escala del buque, Perozo me instruyó para que permaneciéramos en ella, hasta que me indicara que abordara el buque. El grupo de abogados abordó inmediatamente. Media hora después, un subalterno de Perozo nos indicó subir el Pilín León.
Fui recibido por Daniel Alfaro, joven capitán del Pilín León, a quien los medios de comunicación habían atribuido un papel relevante en aquel golpe de estado, que resulta impensable para quienes conocemos las limitaciones que esa función, de capitán de un buque petrolero, le impone a quien lo ejerce. Alfaro intentó obligarme a que permaneciera recluido en un recinto, me negué y me dirigí a un amplio y concurrido salón, para localizar al Capitán Carlos López, quien debía asumir el mando del buque y relevar a Alfaro. Este me había seguido y me exigió la documentación de marino; me negué, sin mencionar que mis credenciales estaban en la Capitanía de Puerto. López sugirió que la entregara e insistí en mi negativa. Alfaro desistió y abandonó el lugar; minutos más tarde llegó Perozo, quien me invitó a salir a cubierta, donde se acercó una oficial de la Armada, quien se identificó como abogada, solicitó mi documentación de marino y me explicó que llevaría mis credenciales a la Juez, para su revisión por el Tribunal. Comprendí: 1.- Nuestra estrategia, propuesta al Comandante Chávez, ignoraba este ardid, de usurpación judicial de competencia, para prolongar el paro de los buques; 2.- La razón para que Dios Todopoderoso hubiese influenciado mí determinación de dirigirme al Buque, que el Presidente autorizó, con esa intuición que le caracterizó.
Sobre el Buque Pilín León, el 17 de diciembre de 2002, se evidenció el ilegítimo procedimiento judicial que impedía la sustitución de tripulaciones, para prolongar el paro de la flota petrolera. El traslado de un tribunal había sido causa para la espera a la que fui sometido en el Comando de Guarda Costas y luego en una lancha, hasta tanto se constituyera el tribunal a bordo del B/T Pilín León, para revisar y calificar mis credenciales de marino, cuya competencia es de la autoridad marítima, que el tribunal usurpó, ausente el Capitán de Puerto de Maracaibo.
Fue la forma de dar falsa justificación legal a la obstaculización de la solución de aquel paro de la flota petrolera: la usurpación de una competencia propia del Poder Ejecutivo, concerniente a la administración del Convenio Internacional Sobre Normas de Formación, Titulación y Guardias Para Gente de Mar, sobre el que los golpistas fueron construyendo, desde el inicio de aquel año, la estrategia del paro de la flota petrolera, que luego sería prolongado por jueces, quienes usurparon una competencia que no tienen, para impedir la sustitución de las tripulaciones. Me negué a entregar mis credenciales al juez y argüí que ningún tribunal podía atribuirse esa competencia del Poder Ejecutivo, ejercida, conforme a la Ley, por el Capitán de Puerto.
Mi respuesta enmudeció a quienes me rodeaban sobre aquella cubierta, a babor del B/T Pilín León, silencio interrumpido por un oficial de la Armada, Capitán de Navío, quien se acercó al Contralmirante Perozo, le entregó un teléfono y le dijo: “mi almirante, lo llama mi Comandante General”. En el silencio creí escuchar instrucciones dirigidas a Perozo: “baja a ese coño de madre a como dé lugar” Perozo respondió: “Entendido mi Comandante, ya lo bajo” colgó, recuperó la serenidad que aprecié en él desde el primer momento y me pidió que bajara del Buque. Me negué e inicié una acalorada argumentación, que Perozo interrumpió para indicarme, ya con gestos de desesperación: “Por favor Flores bájate”.
Comprendí que la tarea en ese buque estaba concluida y los autores de aquella astuta trama se sabían desenmascarados; urgido busqué con la mirada a mis compañeros, sólo estaban dos, de cuclillas, se pusieron de pié cuando me dirigí a ellos, recogieron el equipaje y me siguieron a la lancha. Dos más de mis otros tres acompañantes nos vieron marchar, desde el interior del buque y nos siguieron; ya los cinco a bordo de la lancha, pedí al patrón de ésta que zarpara, luego le indiqué que pusiera rumbo al muelle comercial.
Saltamos de la lancha, que nos trasladó desde el B/T Pilín León, a los muelles del Puerto de Maracaibo, nos apresuramos a alejarnos y salir a la vía pública. Instruí a dos de mis compañeros, para abordar un taxi e informar al General Gutiérrez de lo sucedido. Los otros tres abordamos un autobús, que Dios dispuso inmediatamente para nosotros, durante aquellos días, de pocos vehículos en circulación, por la escasez de combustible. Desde el autobús llamé a uno de mis compañeros y narré los aspectos fundamentales de lo sucedido a bordo del Pilín León, para que llevara la información a Miraflores, donde fue recibido por el entonces Coronel Acosta Carles y conducido por éste a la carrera, tras leer la nota, hasta el Coronel Jefe de la Casa Militar, a quien entregó el modesto papel de envolver, sobre el que mi compañero escribió lo que recordó de mi narración. Minutos más tarde, supongo, el Presidente Chávez me llamó y tras saludarme, me preguntó qué había pasado. Le expliqué la usurpación por el tribunal de la competencia del Capitán de Puerto y de cómo fui obligado a desembarcar. Preguntó: ¿Quién lo obligó a desembarcar? Identifiqué a quien había ejecutado la orden y a quien, suponía yo, había impartido esa orden por teléfono, identificado como su Comandante General por mis interlocutores. Preguntó si tenía otra recomendación…
Le sugerí: 1º. La suspensión temporal de la aplicación del Convenio Internacional Sobre Normas de Formación Titulación y Guardias Para Gente de Mar, sobre una disposición de éste y sus anexos, que le atribuían esa facultad. 2º.- La designación de nuevos directores en PDVMARINA, para que asumieran como armadores y fueran ellos quienes solicitaran, a la autoridad marítima, el reemplazo de las tripulaciones en los buques. Chávez me dio las gracias, se despidió y dijo: “Capitán, tengo que ir a los actos del Panteón” Casi de inmediato recibí una llamada del General Gutiérrez, quien me indicó que me dirigiera al Círculo Militar de Maracaibo, para encontrarnos allí. Dos horas más tarde, los medios de comunicación leyeron un comunicado, en el que se anunció la designación del Ministro de la Defensa, para presidir la comisión a cargo de la resolución del paro de la flota petrolera, responsabilidad de la que fue relevado el Comandante General de la Armada, quien siguió formando parte de esa comisión.
Mi afecto y reconocimiento a ese gigante, quien fue el más grande líder que hayamos tenido en los dos últimos siglos, tras la desaparición del Gran Mariscal y del Libertador, y rescató para nosotros la libertad que estos forjaron, no puede ser motivo para reprimir mi obligación de hacer lo justo y contradecir, en este otro momento de injusticia, contra los marinos mercantes, su propósito de proteger a instituciones fundamentales para nuestra República, con el silencio de la participación de algunas individualidades de esas instituciones, en unos hechos en los que me vi involucrado y que no concluyen en estas dos entregas. A pesar de la derrota, los golpistas opusieron otras dificultades en los buques, que sólo conocieron integralmente dos hombres, por quienes guardaré afecto hasta mi último momento, Hugo Chávez y Guillermo García Ponce, y no me permitieron desembarcar del B/T Moruy, hasta marzo de 2003. Mi testimonio sobre algunos hechos del rescate de la flota petrolera de aquel golpe de estado, de diciembre de 2002, es una obligación con la justicia para con los marinos mercantes, a quienes se les atribuyó injustamente ese paro de la flota. Si mi deber como venezolano y militante de esta Revolución Bolivariana fue integrarme a la defensa de la libertad de la nación a la que pertenezco y poner a su servicio mis conocimientos y experiencias, para rescatar la flota petrolera, mi deber ahora es defender a los marinos quienes son inocentes de la responsabilidad que aún hoy se les atribuye.
Los marinos mercantes debemos reconciliarnos con esta Revolución Bolivariana, que sigue en batalla para preservar la libertad que recién conquistamos, que inició el más grande y efectivo modelo de justicia social que hayamos tenido en cinco siglos de Historia, que rescató al petróleo de manos de empresas extranjeras, al que fue entregado por la meritocracia traidora y golpista, que rescató la flota petrolera, parcialmente desnacionalizada por esa misma meritoicracia, que preservó sólo buques viejos. Con esta Revolución Bolivariana, que sentó un precedente para la preservación de la vida en el planeta y a favor de nuestros pescadores, al prohibir la pesca de arrastre, causa de la desolación de nuestros mares y desaparición de peces, del abandono de extensos espacios costeros, por el empobrecimiento de nuestros pescadores artesanales; hoy vemos a estos o a sus hijos, regresar de cinturones de miseria citadinos, para poblar la costa y ejercer una presencia de soberanía en nuestro mar.
Guardo la certeza de que Dios Todopoderoso intervendrá, una vez más, para liberar a la nación venezolana de amenazas que se ciernen sobre ella, para apoderarse de su petróleo y otras riquezas. Derrotadas estas adversidades, Venezuela necesitará con mayor intensidad la lealtad de sus hombres de mar. La humanidad marcha hacia una confrontación mundial y nuestros buques, con mayor razón los petroleros, correrán grandes riesgos en el mar.
*capitán de altura y productor agrícola
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