Qatar: ¿el mundial de la vergüenza?
Por Leonardo Parrini
La próxima realización de certamen futbolístico Copa Mundial de la FIFA en Qatar, ha puesto en la mira internacional al emirato constituido como un estado soberano árabe ubicado al oeste del continente asiático. La frontera terrestre del país limita al sur con Arabia Saudita y el resto del territorio lo bañan las aguas del Golfo Pérsico. No obstante, el marketing desplegado en torno al campeonato mundial de fútbol camufla la realidad social de este territorio árabe en el que convive una población de 2.930.524 de personas, de las que un 79,66% son inmigrantes.
Según ONGs de derechos humanos la situación del emirato es preocupante en cuanto a la vigencia plena de estos derechos, aunque desde los años 90 se ha observado “un periodo de liberalización y modernización bajo la identidad islámica”, que ha llevado al país a ser reconocido como la primera monarquía del Golfo en conceder a las mujeres el derecho a voto. En contraste, informes de Human Rights Watch cientos de miles de trabajadores emigrantes procedentes del sureste asiático, corrían el riesgo de sufrir explotación y abusos, llegando en ocasiones a trabajar en condiciones cercanas a la esclavitud.
Una investigación de Mediapart, diario digital francés de información, investigación y opinión, señala que las trabajadoras domésticas, aún más invisibilizadas que los obreros en las obras, son maltratadas en la intimidad de los domicilios privados donde se encuentran recluidas, y sufren abusos y violaciones sistemáticas en Qatar. La indagación periodística establece que varias trabajadoras domésticas, abandonan de la noche a la mañana su lugar de trabajo, las lujosas residencias de las ricas familias qataríes que las emplean, para no soportar más las condiciones inhumanas de trabajo, por ser “tratadas como esclavas”, esclavizadas durante veinte horas al día, siete días a la semana, golpeadas, insultadas y dejadas sin sueldo durante meses. En el sistema feudal de «apadrinamiento» que rige en Qatar -Kafala- el empresario tiene pleno poder sobre su empleado, pese a que en el país se lo abolió oficialmente en 2020, sigue causando estragos ya que está muy arraigado en una sociedad en la que la impunidad sigue siendo la norma.
La información oficial de la monarquía que gobierna al país indica que “Qatar ha hecho más que ningún otro país de la región para reforzar los derechos de los trabajadores extranjeros”, más aún en el contexto que prepara al emirato para ser el anfitrión del acontecimiento deportivo más seguido del planeta, el Mundial de Fútbol, del 20 de noviembre al 18 de diciembre; sin embargo, según activistas de derechos humanos, señalan que “regado por la sangre de millones de proletarios del sur de Asia y de África”. Las cifras suelen ser expresivas: más de 300.000 contratos de trabajo fueron modificados para cumplir con el nuevo salario mínimo no discriminatorio. Y se han desembolsado más de 165 millones de euros en los dos últimos años a través del Fondo de Apoyo y Seguro a los Trabajadores para cubrir los salarios que los empresarios no estaban en condiciones de pagar. Prueba de ello son los dispositivos puestos en marcha: “refugio y servicios sociales y de salud para las víctimas de abusos”, “comisiones de resolución de conflictos laborales”, asistencia jurídica gratuita, visitas “periódicas sin previo aviso” a las agencias de contratación, multas de hasta 25.000 riales (7.000 euros) por confiscación de pasaportes, etc. En apariencia Qatar ha realizado progresos sociales bajo la presión internacional. Sin embargo, en la realidad, las leyes apenas se aplican o no se aplican en absoluto, como la adoptada en 2017 en favor de las trabajadoras y trabajadores domésticos, cuyo número se estima en más de 170.000, la inmensa mayoría de los cuales son mujeres, a menudo madres solteras, que están aún más invisibilizadas que los trabajadores porque son maltratados en las casas de sus patrones, en la intimidad de los hogares de los que rara vez pueden salir.
Las mujeres en Qatar
El reportaje de Mediapart recibe el testimonio con la dramática situación de mujeres sometidas a abusos laborales, físicos, sexuales, migratorios, en el país que acogerá el Mundial de Fútbol entre noviembre y diciembre próximo. Todo comienza con la voz entrecortada, Neela y Daya que imploraban a Dios, secándose el sudor de la cara con sus velos. El sudor del miedo más que del calor sofocante. Se imaginaron lo peor mientras bajaban los ocho pisos de la detención policial, mientras se efectuaba la deportación con prohibición de volver a Qatar. Neela y Daya se sentían al fin felices de salir del aislamiento aquella tarde de agosto, para testimoniar su “calvario” a un periodista extranjero en este edificio donde la “red” organizaba oficialmente una formación en primeros auxilios para una veintena de trabajadoras domésticas y, extraoficialmente, las sensibilizaba sobre sus derechos: “De las 105 mujeres entrevistadas, 90 dijeron que regularmente trabajaban más de 14 horas al día, 89 los siete días de la semana, a 87 sus patrones les confiscaron sus pasaportes. La mitad de ellas trabajaban más de 18 horas al día, la mayoría sin un solo día de descanso. Algunos informaron de que no reciben su salario completo, mientras que 40 contaron que fueron insultadas, golpeadas o víctimas de escupitajos”. Así era la vida cotidiana de Neela y Daya hasta hace unos meses, cuando lograron escaparse. Durante casi un año, Neela trabajó más de veinte horas al día por 1.000 reales (unos 260 euros), el salario mínimo catarí, que no recibía todos los meses, dependiendo de la buena voluntad de sus empleadores. Sólo descansaba de dos a cuatro horas por noche en una pequeña habitación sin ventanas.
Daya, una madre soltera del Punjab, en la India, cuenta una historia similar. A principios de 2021, fue reclutada por una rica familia catarí de siete miembros a través de una agencia. Ella se encarga de todo, de la cocina, de la limpieza, de los niños, sube y baja los tres pisos de la mansión todo el día y la noche, durante unas 20 horas al día, siete días a la semana. Tiene que estar disponible en todo momento, duerme en un cuchitril, sólo le dan las sobras de comida y no se le permite tomarse un descanso ni siquiera de unos minutos. En el contrato está escrito que debe recibir un salario de 1.200 reales (unos 320 euros). Pero de eso, no vio nada. Lo reclama. La golpean. Se agota, sigue una serie de trastornos y se siente tan sola, tan aislada. Un día, en pleno Ramadán, la sorprenden bebiendo agua. En represalia la golpearon, la encerraron en su pequeña habitación durante varios días, la privaron de comida: “Sólo me sirvieron agua”. Tras cuatro meses de infierno, consiguió escapar.
En ese momento, Qatar dio un paso “histórico” al concederles a las mujeres un mínimo de un día libre a la semana, un máximo de diez horas de trabajo al día (negociable con el empresario) y vacaciones pagadas. En el extranjero, los titulares de los periódicos decían: “En Qatar, las trabajadoras domésticas tendrán por fin derechos”. Pero la ley es pisoteada a diario y en todas partes, como atestiguan varias trabajadoras domésticas con las que se reunió Mediapart, amparadas en el anonimato por razones de seguridad, así como activistas que acuden en su ayuda de forma clandestina, arriesgando sus vidas, en este emirato donde el sindicalismo está prohibido. Revelan abusos y violaciones sistémicas. Los mismos que Amnistía Internacional destacó en el 2020 en un informe demoledor.
La situación es corroborada por Joy, que sabe de lo que habla. A pocos kilómetros, en su habitación de menos de seis metros cuadrados, sin ventanas, pero afortunadamente con aire acondicionado, que alquila en un edificio en el que viven mayoritariamente filipinos, en el corazón de un barrio obrero de Doha, piensa a menudo en aquella madre de familia a la que ayudó hace dos años, su “peor caso”. Fue violada en repetidas ocasiones por su kafeel y el hijo de éste, y huyó. Estaba a punto de buscar ayuda para reclamar justicia cuando su patrón presentó una denuncia contra ella. Fue deportada con ese trauma, sin poder compartirlo con nadie de su familia, que considera que ha fallado, ya que está de vuelta, sin dinero, sin trabajo.
Derechos conculcados
La situación del resto de trabajadores inmigrantes no difiere mucho en la sede del mundial de fútbol. El auge de la construcción previo a la celebración en Catar del certamen futbolístico ha llevado supuestamente a un incremento de los abusos contra los derechos humanos. En 2013, Amnistía Internacional publicó informes según los cuales varios emigrantes pasaban hambre por falta de pago de su salario. El informe dice que los trabajadores son «tratados como ganado». Según un artículo de The Guardian (basado en documentos obtenidos en la embajada nepalí en Catar), en septiembre de 2013 docenas de obreros emigrantes nepalíes murieron en Catar en el espacio de pocas semanas, y cientos más soportaban espantosos abusos laborales. Según el análisis, las actuales prácticas de construcción habrán provocado más de 4000 muertes cuando se celebre el mundial de fútbol en 2022. En diciembre de 2013, la FIFA había investigado, pero no había tomado medidas para obligar a Catar a mejorar las condiciones de los trabajadores. Catar es uno de los países que más discrimina entre expatriados y ciudadanos. No tiene un patrón salarial para la mano de obra inmigrante, y no permite los sindicatos. Bajo la ley de apadrinamiento de Catar, los padrinos tienen poder unilateral para cancelar los permisos de residencia de los trabajadores, negarles la posibilidad de cambiar de trabajo, denunciar la «fuga» de un trabajador a las autoridades e impedirles abandonar el país. Como resultado, los padrinos pueden restringir los movimientos de los empleados y los trabajadores pueden llegar a tener miedo de denunciar abusos o reclamar sus derechos.
Los trabajadores expatriados procedentes de Asia y de algunas zonas de África son obligados rutinariamente a ejercer trabajos forzosos, y en algunos casos, la prostitución. Entre las vulneraciones más comunes de los derechos laborales, los malos tratos físicos, falta de pago, cargar a los trabajadores gastos que son responsabilidad del empleador, severas restricciones de la libertad de movimientos, confiscación de pasaportes, documentos de viaje o permisos de salida, detención arbitraria, amenazas de acciones legales y agresiones sexuales.
Otros derechos están conculcados en Qatar. La sodomía consentida entre hombres adultos es ilegal en Catar, y quien la practique puede recibir una sentencia de hasta cinco años de prisión. También las relaciones sexuales consentidas entre mujeres adultas son ilegales en Catar. La orientación legal y la identidad de género no están cubiertas por ninguna legislación civil y tampoco se reconoce el matrimonio, unión civil o asociación doméstica entre personas del mismo sexo. La libertad de expresión es el derecho político de comunicar las opiniones e ideas propias. El poeta catarí Mohamed al-Ajami, que criticó al gobierno en la Conferencia sobre cambio climático de 2012 en Qatar, fue condenado a cadena perpetua. No se permitió la entrada de observadores en la sala del tribunal, y el propio al-Ajami no estuvo presente en la lectura de la sentencia. La información disponible apunta a que Mohamed al-Ajami fue un prisionero de conciencia sentenciado a cadena perpetua solamente por expresar su opinión.
La danza de los millones
De esta forma y mientras las personas ahorran y se programan para viajar a Qatar, el país construye a toda marcha estadios, aeropuertos y carreteras. Eso es lo que ha venido haciendo Qatar, país que ya acumula USD 220.000 millones en costos en la organización del mundial de futbol, convirtiéndose en el más caro de todos los tiempos. La inversión hecha por Qatar para la construcción de los estadios oscila entre los USD 6.500 millones y los USD 10.000 millones, y la suma aumenta debido a los gastos de infraestructuras que forman parte del plan de ampliación de Qatar a 2030, lo que incluye la construcción de un centro de innovación con hoteles, una sofisticada red de metro, estadios y aeropuertos. Con una inversión total de 1.696 millones de USD, la Copa Mundial de la FIFA Catar 2022 es el evento que corona el ciclo 2019-2022. El campeón del certamen se llevará cinco millones de dólares, haciendo un total de 16 millones de dólares en premios.
Todo esto se pondrá en marcha el momento del pitazo inicial del campeonato mundial de futbol Qatar 2022, por muchos considerado en sus odiosos contrastes, el mundial de la vergüenza.
Leonardo Parrini: Periodista. Fotógrafo. Director-Editor de la revista digital La palabra abierta. Colaborador de las revistas Rocinante y babieca (Campaña de Lectura Eugenio Espejo). Conductor del programa La Oreja Libertaria, Radio Pichincha 95.3 FM. Autor de los libros La hora del lobo (2000), Decapitar a la Gorgona: ¿la corrupción, una moral de la crisis? (2001), Eva sin paraíso (2003), Diálogo comunitario en democracia (2013), Égüez. La memoria insumisa (2016), Escritos en clave morse (2018), Retrato Íntegro, testimonio vital (2019), El canto de todos (2022). Ha colaborado en revista Diners como comentarista de obras literarias. Artículo cortesía de la revista digital La palabra abierta.