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¿El amor en crisis?

Por Marcelo Cabeza

“Paren el mundo que me quiero bajar”. El memorable personaje del historietista Quino, Mafalda, supo decir esta frase (y si no lo dijo vale igual pues quedó en el imaginario) tan explícita acerca de la naturaleza del mundo que empezaba a configurarse y que hoy parece estallar en toda su magnitud en guerras, enfermedades, desinformación, terror, horizonte de incertidumbres.

De allí que sea lógico suponer que, si es cierto que somos seres sociales, todo lo que en el mundo circundante ocurre, nos afecta. Es decir influye, impacta, penetra nuestra conciencia, sentimientos. La depresión como enfermedad predominante de la época sería un indicador suficiente como para plantearse el problema, sus causas y consecuencias. El consumo exponencialmente incrementado de fármacos para calmar, equilibrar, sostener el psiquismo asediado, sería un dato más de esa realidad, que se suma a los consumos de alcohol y de sustancias de uso prohibido en ascenso, en paralelo a los problemas en el plano laboral: su inestabilidad y precarización, se dan en los planos nacional, regional, mundial, y deja al sujeto sin uno de los pilares bases de su sustento material y emocional. Sin contar que según surge de estudios específicos en la mayor parte de los países se necesitan cada vez más horas de trabajo para sostener algún nivel de vida más o menos digno, mientras crecen recesión, estancamiento, desocupación, dificultad para acceder a una vivienda. Expulsión, descarte, exclusión.

Las consecuencias se evidencian en la clínica; los consultorios psicológicos expresan el reflejo de esas situaciones, vividas como el interior de esa gran crisis, presentando la forma de micro crisis familiares, de la relación interpersonal amorosa, del mundo de los afectos. Todavía se sigue evaluando el deterioro social y subjetivo que dejó la pandemia. De allí que reflexionemos aquí sobre situaciones anímicas, teniendo como centro el amor, materia compleja desde ya.

Tal vez en esta ocasión resulte un texto más bien descriptivo y de “mapeo”, sin pretensiones de señalar caminos. Veremos. O de más interrogantes que respuestas, a lo sumo tratar de despertar conciencia sobre los problemas. Comencemos. Los celos, tema recurrente y que parece ir creciendo: ¿dónde termina el celo “normal” y empieza el patológico? ¿Cuál es la relación de este sentimiento con la autoestima y cómo, el cuadro arriba descripto, juega en todo esto? ¿Es que se transforma el amor en odio? ¿Las agresiones que se viven en las parejas y familias tiene o no tiene que ver con el clima general que se vive mediáticamente y en la realidad de la calle? Tiroteos entre bandas narco, crímenes por encargo. ¿En qué medida producen resonancias negativas las múltiples guerras que se dan no solo en Europa y desde hace años, en nuestras mentes y corazones?

Por otra parte, estas formas actuales del amor en tiempos de bits: tiempos de lo instantáneo y lo “líquido”, intercambios virtuales sexuales o sexualizados que a menudo son puro mensajeo e imágenes (histeriqueos, seducciones estériles), más todos los Grandes Hermanos que globalizan formas de relaciones basadas en la competición por ver quién se queda con el podio de la Fama. Ese afán de trascender y salvarse, con el sueño de acceder a una especie de Paraíso: el de los famosos que están en la Tele, entendida también como fuente de riqueza económica: ¿de qué tipo de personalidades o subjetividades estamos hablando, entonces, cuando el Tener parece cada vez más importante que el Ser?

Mucho se habla de una época signada por individualismos y egoísmos que para nada contribuyen a ir más allá del narcisismo y el puro placer propio para ir al encuentro de otros, otras, otres que puedan entretejerse mutuamente en una trama del querer el bien de la otra parte, que a su vez responda mutualmente y entre ambos produzcan el acto mágico del enredo en un buen amor.

Como aquel musguito de la gran poeta, música e intérprete chilena Violeta Parra, La Violeta como la llamaban, cuando esto escribía y cantaba:

Lo que puede el sentimiento

No lo ha podido el saber

Ni el más claro proceder

Ni el más ancho pensamiento

Todo lo cambia el momento

Cual mago condescendiente

Nos aleja dulcemente

De rencores y violencias

Sólo el amor con su ciencia

Nos vuelve tan inocentes

Se va enredando, enredando

Como en el muro la hiedra

Y va brotando, brotando
Como el musguito en la piedra

Como el musguito en la piedra

Ay sí sí sí

El amor es torbellino

De pureza original

Hasta el feroz animal

Susurra su dulce trino

Detiene a los peregrinos

Libera a los prisioneros

El amor con sus esmeros

Al viejo lo vuelve niño

Y al malo solo el cariño

Lo vuelve puro y sincero (Fragmento de Volver a los diecisiete)

Sigamos apostando al amor puro y sincero.

Marcelo Cabeza: psicólogo argentino

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