Dos vidas diferentes, pero las une la misma tierra…
El árbol es un ejemplo de vida humana, fue creada de la misma forma que un estado de embarazo, primero un embrión luego la etapa de desarrollo y crecimiento hasta luego salir el fruto de la semilla, el Ser. En el estado de una planta se le llama germinación, en el cual es la semilla quien se desarrolla con parecidos elementos, como lo es el oxígeno, el calor y el agua. Hasta llegar a su etapa de floración y luego por la polinización nos entrega su fruto. Los crecimientos de estas dos vidas tienen homogéneas conductas en su desarrollo. El árbol nos consiente una diversidad de beneficios por el cual deberíamos de devolver el mismo favor, para conservar ese ciclo que una vez fue edificada para el bienestar del hombre y la naturaleza.
El árbol de Ceiba, como muchos le conocen el ¨árbol de la vida¨ tiene un sinnúmero de características que lo hacen especial. Es un árbol que puede alcanzar más de sesenta metros de altura, su tronco puede llegar a medir más de tres metros de diámetro, cada hoja sobre pasa los veinte centímetros, las raíces pueden alcanzar hasta cinco metros de distancia y lo más impresionante es que puede dar frutos desde los cinco años hasta los sesenta años de vida. El árbol de la Ceiba de la Libertad, nos muestra todas estas características, desde su nacimiento que fue en el mil ochocientos noventa y siete justamente fue plantado como motivo del decreto Real de España sobre Puerto Rico, otorgándole la autonomía. El país podía comenzar a gobernar independientemente de España, pero la historia le retozó una mala pasada de la misma forma que le causo a el árbol de la Libertad. Luego de la invasión aquel decreto y aquel emblema le fue tronchado con el pasar del tiempo. La desilusión fue la orden de los años, el temor fue consumiendo cada legado que se avecinaba por los derechos. La utopía fue la potestad de una rendición para el deseo de lucha.
Mientras en un pueblo de San German, en la lejanía, una loma germinaba la representación de una victoria, aquella semilla consumía cada hecho injustificado, era testigo de muchas injusticias, de maltratos, del arrebatamiento de la verdadera historia, sin embargo, allí permanecía perseverante y leal a su tierra querida. El tiempo fue meciendo en los aires desilusión, mientras sus ramas fulgor esparcía. La tierra a pasos agigantados la invasión la asedia, mientras sus raíces alcanzaban como señal su patrocinio. Las masacres en los pueblos fueron los murmullos de angustiados días, mientras el árbol en su fortificado espacio espinas como defensa exponía. En el pasar de los años los defensores de la nación puertorriqueña al igual que aquel enorme árbol envejecían. Las protestas y las ideas eran la orden del día, los acontecimientos de un Grito de Lares, el Grito de Jayuya, Mayagüez, Naranjito, Utuado, la revuelta de Washington, El ataque a la Casa Blair, la insurrección en San Juan, Las Marías, San German, Ponce y muchas otras más fueron la polarización de aquel árbol que su flora divulgaba su infinita devoción por su cimiento.
En el transcurso del tiempo los defensores de la nación puertorriqueña se fueron a salvaguardar en una América del Norte, mientras le aguardaba en un San German un guerrero empedernido, el Ceiba de la Libertad. Fue entonces en un invierno cuando la madre tierra planto una semilla y le dio a luz a un niño llamado Oscar, nació un seis de enero del mil novecientos cuarenta y tres. El tiempo paso y ese niño creció de la misma forma que el árbol de Ceiba, fue testigo de aquellas degradaciones americanas, fue consumiendo el despilfarro por causa del nepotismo, los crímenes de un gobierno y el acoso étnico-social puertorriqueño. En batalla fue alimentando su juicio, observando y analizando las indiferencias por ser puertorriqueño, como a él y, cientos de soldados más que fueron la mira de blancos para que los ¨americanos¨ lucieran como una potencia aterradora. Fue entonces cuando levanto sus brazos como señal de fulgor señalando su compromiso, sus piernas fueron dando pasos agigantados mostrando su patrocinio, en su torso le aguardaba su mejor arma, su corazón, quien impartía confianza y la única lucha que ningún hombre ha podido corromper, la entrega por amor y sacrificio.
Dos vidas diferentes, pero unidas a la misma tierra y por la misma causa, por amor a la libertad, uno se muestra en la rectitud de su tierra, sembrada en el ¨Cerro de la Libertad¨ y en la cruzada de un mar se encuentra en una fría y pálida celda desbordada de perseverancia por un líder dispuesto a todo por sus ideales. La Ceiba de la Libertad muestra su realidad en su formalización y la historia, mientras Oscar López Rivera, la muestra en su libre capacidad sacrificada, encerrado, pero a oídos del mundo. Estas dos vidas permanecen resguardando con mucha persistencia lo que una vez fue autonómica y el homogéneo deseo por la libertad de nuestra madre patria, Puerto Rico. “La Ceiba de la Libertad” luce su grandeza por el enorme tamaño que ella fulgura, Oscar López Rivera, su grandeza ha trascendido en los sinfines de la verdadera democracia, la libertad de cada expresión, derecho y sentir. El árbol, sus hojas cubren con sombra el cerro donde cuida con un firme celo la tierra que le vio crecer, de igual manera Oscar López Rivera, está en su reverencia velando su silueta con precisión y dinamismo. Las raíces de aquel extraordinario árbol abarcan el rendimiento por prevalecer en cada fruto, aun en su envejecimiento, de igual manera Oscar’ ha mantenido sus raíces por un deseo emprender de otorgar sus frutos con el testimonio de entregarse en cuerpo y alma en solidaridad por la emancipación de nuestra tierra querida, Puerto Rico.
Escritor: Julio Garcia
“La única lucha que se pierde es la que se abandona”
- Ernesto Guevara